Tormento pasado

Redactado  el 03 de abril del 2019

Durante mucho tiempo te creí el único culpable de todas mis dolencias, pues insistía en pensarte, por más que necesitaba olvidarte.

En las noches observaba tu ausencia, bajo luz lunar de espectro mustio, mientras las heridas dolían en silencio.

Sollozaba en carne y en ideas cuando el reloj apuntaba la hora en que no estabas, la hora en que estuviste y las horas en que no ibas a estar.

Lágrimas desgastantes que saciaban la sed de mi desgracia.

Era incapaz de mencionarte y mantenerme a la vez en un estado neutro o de mínima felicidad, por el contrario, cuando pensaba en nuestro pasado, una ráfaga de recuerdos me exhortaban a extrañarte, mientras exclamaban, repetidamente y con esmero, que me hacías falta.

Súbita agonía que inclusive en los momentos más alegres de la vida, se acaparaba de mi sentir.

Indiscutible causante de temores, mentiroso engreído que se jacta benevolente, victima en féretro imaginario envuelto en suplicio que goza de habilidades inventadas.

Te confieso avergonzada, que aún después de haber sentido continuo e incesante sufrimiento de manera prolongada ante la carencia de tu ser, aquella ocasión en que me percaté, cual portento resplandeciente, que no me eres necesario, la verdad colisionó contra mi corazón y evadí contemplarla cierta.

Cegada por absoluta agonía, aún me encontraba unida a ti.

Bárbaro asolador, infiel amante de la manipulación, mente brillante de verbo seductor.

Destruiste las esperanzas de mi espíritu cuando este aún soñaba, entretanto te adentrabas a mi psique y lo amoldabas.

Cuando me volví consciente de que con sutileza adecuabas tus actos para quebrantar mis ánimos, perpetuo dolor se incrustó en mi corazón al vociferar tus acciones que disfrutabas afligir.

Tú pena se reflejaba, así lo consolabas y yo con venda lo observaba.

Necesité de una basta cantidad de tiempo para respirar sin temor a que me lincharas, para mirar el verdadero mundo que existe delante de mí, sin verme influenciada por ti y para dejar de humillarme al intentar defender lo ominoso.

Alma torturada de esencia desgarrada. Vitalicia tu aflicción, pero la mía aún no.

Concluí tu sabotaje emocional la primera vez que me volví consciente del insensato agresor por el que lloraba. Aquel que solo replicaba, lo que a él pesaba, en alusión a la dominante del ayer que lo castró.

Hablo de aquella ocasión en que realmente aprecié mi panorama, iluminándose el camino de la estabilidad emocional y ocurriendo la más poderosa transformación de la que jamás serás capaz.

Con dicha y por fortuna, he aprendido a perdonar.